Según Del Castillo (2019):
“Cuando se habla de la aceptación personal se está ante otro tema fundamental para la felicidad plena, la existencia virtuosa, la adecuada salud mental y la recta valoración de sí misma de la persona humana. Es por ello que no se puede hablar de valoración personal si no se habla de aceptación, y viceversa, no se puede hablar de aceptación personal sin mencionar la recta valoración de sí mismo porque son dos temas que siempre están juntos, unidos; uno supone, alimenta y enriquece al otro.
En este orden de ideas, la aceptación personal consiste en asumir y admitir que algo sucede o ha sucedido, que algo pasó o ha pasado, que algo es, que es real, que existe, así no se esté de acuerdo. Esto se asume porque normalmente no se puede controlar o cambiar. Por ejemplo: los padres que cada uno tiene, la escuela o el colegio donde se estudia, el barrio donde se vive, el cuerpo, los hermanos, los hijos, entre otros. Ahora bien, la aceptación de uno mismo o personal es además el segundo paso del proceso de reconciliación personal que es planteado por la Psicoterapia de la Reconciliación. Siendo este segundo paso fundamental, luego del reconocimiento de la herida afectiva (primer paso), y que suele ser una bisagra para la vivencia del perdón (tercer paso) y fundamental para el cuarto paso del proceso que es la reconciliación con el otro.
El proceso de reconciliación personal antes mencionado tiene como propósito reconciliar las heridas afectivas de la persona, así como llevar a la renovación y crecimiento de la valoración que cada uno hace de sí mismo. Esta valoración deberá ser una visión integral y adecuada (Del Castillo, 2016), que permita una mirada objetiva, realista, sobrenatural, positiva y que se establezca desde la aceptación de sí mismo, historia personal y aceptación de los demás. Esto implica entonces la disposición interior de asumir, admitir y enfrentar la realidad según se presente.
Asimismo, será necesario clarificar que la aceptación es contraria a la negación de la realidad, la huida, compensación o evasión frente a la misma. Esto porque se asume una realidad objetiva independientemente del sufrimiento que la misma cause, con total apertura a la verdad, amor y libertad. Sin embargo, no es extraño que el ser humano viva actualmente de manera continua la ceguera, la negación, la “disculpa” o relativización de los hechos que obstaculizan de manera radical la necesaria mirada objetiva frente a la realidad.
Por otro lado, la aceptación tampoco consiste en una resignación, que es una declaración de “impotencia” sin esperanza de mejora o cambio. Es por esto que la persona que “se resigna” no necesariamente está aceptando la realidad, ya que no quiere poner medios para mejorar y cambiar su estado de problemática actual, sino que más bien se percibe en él una actitud conformista en su manera de enfrentarse a las dificultades. De hecho, un rasgo del hombre contemporáneo es el creerse “víctima de las circunstancias” o responsabilizar a los demás de sus desventajas en la vida. El problema es que esta misma victimización otro obstáculo frente a la aceptación debido a que cuando la persona se cree así en el fondo tampoco se hace responsable de sus actos.
En todos estos casos la aceptación de la realidad se hace difusa o complicada porque conlleva diferentes obstáculos y trampas, es menester tener en cuenta que para recorrer adecuadamente este proceso será necesario creer y confiar de manera incondicional en los dones y talentos que Dios ha regalado a cada persona. Además, para ser felices y vivir la virtud en la vida cotidiana, no solo es clave vivir el amor como comunión con el otro y búsqueda de su verdadero bien, sino que es fundamental vivir la aceptación personal en el día a día. En este sentido, Philippe (2011), afirma que: “Para ser santos tenemos que aceptarnos como somos” (p. 36). Según esta cita, es necesario que la persona humana acepte tanto los aspectos positivos como los negativos (limitaciones, errores, faltas, carencias, vacíos, heridas y problemas) de sí misma, pero sin consentirse la mediocridad, tibieza, mentira o hipocresía. A este respecto, Iriarte (2011) establece que:
Aceptarse, es ser feliz con lo que uno es, no tanto con lo que le gustaría ser. Como consecuencia lógica, la persona que se acepta plenamente siente gratitud por todo lo que ha recibido y desea tener suficiente disponibilidad para poner todas sus potencialidades al servicio de los demás (p. 21).
Esta será la forma más adecuada de transformar la realidad, bien sea desde la vida personal o contexto en que se habite, siempre y cuando se empiece por la aceptación de la misma de manera objetiva y verdadera. Otra clave para dicha transformación es la vivencia de la humildad como aceptación honesta de la realidad personal. Cabanyes (2010), plantea que: “Esto lleva a admitir que uno es como es y aceptarse con su justa medida; es decir, admitiendo que se cuenta con defectos o limitaciones e intentando corregir lo corregible” (p. 90).
Otro tema que está íntimamente relacionado con la aceptación personal es la aceptación de los demás, siendo fundamental vivir la apertura incondicional al otro en el reconociendo de su unicidad para el mundo. Es bastante común que no se acepte algo en el otro, aunque en muchas ocasiones lo que realmente sucede es que no se acepta en los demás aquello que se rechaza en sí mismo. Philippe (2012), afirma algo muy interesante en este sentido:
Si me acepto como soy, acepto también el amor que Dios me da. En cambio, si me rechazo, si me desprecio, me cierro al amor que Dios me procura, niego este amor. Si me cobijo en mi fragilidad, mis límites, será más fácil que acepte a los demás. A menudo, no soportamos a los demás por el simple hecho de que no nos soportamos a nosotros mismos. Todos lo hemos sentido alguna vez. A veces estoy descontento conmigo mismo, porque he cometido errores o tengo un defecto que me molesta; puedo enfadarme mucho conmigo mismo. Y de repente, también estoy de mal humor y un poco agresivo con los demás. ¿Qué significa esto? Simplemente que hago pagar a los demás la dificultad que tengo para aceptar mi pobreza. No acepto mis propios límites, y los proyecto a los demás (p. 65, 66)”.
Tomado del libro Creciendo en la Valoración Personal Día a Día de la 78 a la 81 del Psicólogo Humberto Del Castillo Drago.