Se considera fundamental recordar que la persona humana necesita y busca la reconciliación en la medida en que existe en lo más profundo de ella misma una ruptura fundamental: el pecado, conocido como el origen y raíz del mal y el conflicto en el mundo (Del Castillo, 2016). En este orden de ideas, si observamos a nuestro alrededor, se puede percibir que estamos en un mundo dividido con enfrentamientos entre naciones, el quebranto por los derechos fundamentales de la persona; como la vida, la discriminación en sus variadas formas, la violencia, la inequidad en la distribución de los recursos, rebelión de hijos contra padres, entre otros fenómenos que, si se profundizan en ellos, se constatará que su raíz principal es el pecado original. El mismo que ha dejado una herida profunda en el hombre y en todas sus relaciones (Juan Pablo II, 1984).
Como se ha dicho anteriormente, el pecado oscurece la imagen y destruye la semejanza del ser humano con Dios, originando de esta manera una cuádruple ruptura; de la relación de la persona consigo mismo, con Dios, con los demás, y con lo creado (Tokumura, 2015). El pecado es entonces una herida profunda y fundamental que anida en el hombre mismo, esta es la ruptura que se puede identificar como central y fundamental en la vida del ser humano y, por esto, es necesario que sea reconciliada.
Pasemos ahora a comprender que, de las cuatro rupturas, la ruptura primordial es la ruptura con Dios, fuente de la Vida, en la cual se pasa de una relación de paternidad y confianza filial a una de lejanía, falta de comunicación y comunión. Esto se expresa cuando la persona vive alejada de sí misma y del Creador, despersonalizada y alienada, satisfaciendo sus dinamismos y necesidades en sucedáneos que lo único que hacen es generarle más ruptura y sufrimiento. Por lo que el hombre nace con una tendencia a llevar a cabo actos contra la moral y por ello fácilmente toma el camino de los vicios.
En segundo lugar, se produce la ruptura de la persona humana consigo misma. Esto surge porque, al perder el diálogo con Dios, el hombre pierde el norte, la brújula y, por tanto, no se comprende a sí mismo, pierde el señorío de sí. En ese momento, cuando se presenta este panorama, no es raro que se olvide de su sentido y proyecto de vida y se acostumbre a huir y fugar de la realidad y de sí mismo, a través de distintas conductas adictivas, tales como la ludopatía, el alcoholismo, el uso problemático de pornografía online, las relaciones sentimentales tóxicas y dependientes.
En tercer lugar, el ser humano rompe con sus semejantes: ante la pregunta por lo sucedido, Adán culpa a Eva (Tokumura, 2015); la relación de armonía entre la primera pareja humana se quiebra, a partir de entonces la relación entre muchos seres humanos se convierte en relaciones de egoísmo, rencor, odio, amargura, búsqueda de revancha, injusticia social, desigualdad económica; evidenciándose un individualismo donde se deja de lado la preocupación por el bien común para dar paso a la realización inmediata de los deseos de los individuos (Consejo Episcopal Latinoamericano, 2007). En medio de esta situación, se ejecutan actos de injusticia en donde se oprime al otro, violando sus derechos, excluyendo a quienes no son “productivos”, a los pobres, los enfermos. Esto porque se tiene como base una visión centrada en el bienestar económico, así mismo se observa que no se aceptan las figuras de autoridad, manifestando comportamientos rebeldes y desobedeciendo a los superiores.
Por último, el cuarto nivel de ruptura es con lo creado. El ser humano estaba invitado a ser señor de lo creado para glorificar con esto a Dios, pero a raíz del pecado el mundo es maldecido y el entorno que antes era armónico, se vuelve hostil al hombre. De esta manera, podemos decir que el pecado afecta a la persona humana no sólo en sus diferentes relaciones, sino en todo su ser. Esto incluye cada una de sus dimensiones, debido a que como es un ser integral, lo que experimenta en una dimensión repercute en las otras. Primero que todo el pecado afecta la dimensión espiritual y, como consecuencia de esto, la persona nace con una tendencia al pecado, a ir en contra del plan de Dios mientras que no reconoce a su Creador e incluso se olvida de Él, frenando por lo tanto, su crecimiento espiritual.
De esta manera, a nivel psicológico, dificulta el ejercicio de las virtudes, generando sentimientos de culpa y angustia porque no encuentra sentido a su vida. Así mismo, oprime su capacidad para decidir en libertad, de acuerdo con el pleno uso de sus facultades, oscureciendo la inteligencia y obstaculizando la capacidad de amar (Schoonenberg, 1962). Estas dificultades, a su vez, se ven reflejadas en la dimensión biológica; la muerte, la enfermedad y el sufrimiento son consecuencias de la ruptura, es decir, Dabanzo (1983), establece en este sentido que en algunos casos la enfermedad puede ser consecuencia de los actos de pecado cometidos, especialmente cuando estos atentan contra la salud física; por ejemplo, el consumo de alimentos en exceso puede generar obesidad, la cuala su vez puede ocasionar diabetes.
Por ello, cada persona está invitada a vivir la cuadruple reconciliación, a responder a ese deseo de unión, de cicatrización que está impreso en su ser, para a su vez, generar un cambio en la sociedad (Juan Pablo II, 1984). Es decir, para vivir en armonía, es necesario una reconciliación integral desde la dimensión espiritual, la cual se refleja en lo psicológico y a su vez en lo físico. Sin embargo, en los siguientes apartados se acentuará la dimensión psicológica.
(Tomado del libro “Llamados a la Reconciliación de Del Castillo & Caballero de la página 53 a la 58)