Así como la persona humana está invitada a abrirse al don de la reconciliación en su vida cotidiana, está llamada de manera simultánea a vivir la virtud como un camino de plenificación, realización personal y felicidad. Específicamente, en el libro Afectividad y Sexualidad en la Vida Cotidiana escrito por Del Castillo (2017), se afirma que: “la virtud hay que vivirla siempre y en todos los momentos de la vida. El primer paso es la apertura y colaboración con la gracia de Dios, sin la cual cualquier esfuerzo será en vano” (p. 28). Es por esto entonces que se trata de avanzar cotidianamente en una vida areteica, la misma que brinde gloria a Dios para ser ejemplo con las demás personas que le rodean o tengan contacto. No obstante, este trabajo por la virtud implica un esfuerzo cotidiano, constante y perseverante por vivir las distintas virtudes en la existencia diaria, incluso abriéndose a la acción de la gracia y a la fuerza del Espíritu Santo, sin el cual todo esfuerzo es en vano. Del Castillo (2017), agrega que: “son dos elementos fundamentales en este camino de crecimiento de la virtud: la fuerza de Dios y la cooperación humana cotidiana” (p. 29).
Se considera entonces importante profundizar en el hecho de que la vivencia de la virtud posee un dinamismo reconciliador que une las potencias y facultades de la persona. Es decir que, tener tal señorío de sí, implica autodominio para mantener una recta jerarquía de las fuerzas interiores. Por lo que la virtud implica una lucha heroica con sacrificio, entrega y abnegación, debido a que inclina al ser humano a trascender el plano meramente natural y contingente, respondiendo a la gracia, en un horizonte de plenitud sobrenatural (Del Castillo, 2017).
La Psicoterapia de la Reconciliación, desde su mirada integral y partiendo de la Antropología cristiana, brinda a los consultantes una serie de herramientas psicoterapéuticas en cada una de sus etapas o fases. De manera que la persona mejore sus síntomas iniciales, modifique y encauce sus esquemas disfuncionales o su creencia nuclear negativa, reconcilie sus heridas afectivas y abra su existencia a las distintas virtudes. En este sentido, las virtudes se entienden como hábitos operativos buenos opuestos a los vicios. Permitiendo que pueda otorgar gloria a Dios en su vida, para y abrirse además al regalo de la reconciliación en sus cuatro dimensiones, expresiones o niveles: con Dios, consigo mismo, con los demás y con lo creado (Del Castillo, 2016).
La Psicoterapia de la Reconciliación, invita entonces a orientarse en cada una de sus etapas o fases,viviendo distintas virtudes entre consultante y psicólogo clínico quien es el profesional que acompaña el proceso terapéutico. Se considera importante entonces mencionar que las virtudes son medios, estrategias o caminos que, ambos protagonistas de la psicoterapia, transitan para cumplir los objetivos terapéuticos trazados. Esto a través de una relación terapéutica óptima, la misma que implica una alianza y un vínculo terapéutico adecuados y empáticos que permitan llegar a buen término la intervención terapéutica. Todo esto porque la virtud es, además, la respuesta de cooperación con la gracia que realiza el hombre para madurar en el camino de fe integral.
La Psicoterapia de la Reconciliación, propone entonces la vivencia oportuna y profundización de la Areté como señorío de sí mismo, maestría personal y disposición habitual y firme a hacer el bien. De manera que los dos actores de la psicoterapia puedan ofrecer lo mejor de sí, tiendan hacia el bien y puedan abrir sus existencias al don de la reconciliación y sus cuatro dimensiones antes señaladas.
Es por esto que en el Centro de Psicología Areté y la Psicoterapia de la Reconciliación, surgen en el contexto de una familia espiritual particular perteneciente a la Iglesia Católica, la misma que siempre ha entendido el llamado que tiene todo ser humano a vivir la virtud y las virtudes como medios para avanzar en el seguimiento de Cristo y así responder a la invitación universal de la santidad. En la rica historia de la humanidad y de la Iglesia Católica, existen distintos métodos, listas y “escaleras” para avanzar en la conformación con Jesucristo como “camino, verdad y vida” (Jn. 14, 6). Como se puede comprender, todo método o sistema es limitado y constituye un medio, instrumento o herramienta para alcanzar la plenitud de la vida cristiana.
En este sentido, el Centro Areté desde sus inicios asumió el método denominado la “Dirección de San Pedro” que consiste en vivir la Fe, la Esperanza y la Caridad con una serie de medios y virtudes que apuntan a facilitar la respuesta generosa al Don de Dios. La misma propone un método o camino sistemático para corresponder a la gracia y buscar la santidad, siendo este término usado por el Beato Guillermo José Chaminade y sus discípulos. El buen padre Chaminade fue un sacerdote francés fundador de la Compañía de María y de la familia marianista, fue beatificado el 3 de septiembre de 2000 por San Juan Pablo II, nació en 1761 y murió en 1850. Él planteó en primer lugar lo que llamó el Sistema de Virtudes, el mismo que incluía la vivencia de cinco silencios y tres virtudes añadidas. Más adelante, encontraría en el pasaje de la Segunda Carta de San Pedro (1,5-8), la fundamentación bíblica para un camino que, tomando como punto de partida la Fe, se incluirían las virtudes, pasaría a la acogida del don de la Esperanza y la Caridad.
La Dirección de San Pedro (II Pe 1,5-8) es un método espiritual, en este caso de ayuda para quien lo utiliza en seguir cooperando con la gracia para vivir las virtudes teologales en el día a día, bajo la inspiración del Apóstol y primer Papa. Las demás virtudes que se sugieren son como “puertas de acceso” que se nutren de cada virtud teologal para conducirnos a su vivencia cotidiana y sencilla. Es decir que, cada virtud se considera “una puerta de entrada” para la vivencia de la misma y de otras virtudes relacionadas, a manera de red. Esto, porque,la vivencia de una virtud nos lleva a vivir otras, por ejemplo, si un consultante quiere dejar de reaccionar irasciblemente con sus hijos, a los cuáles maltrata verbal y físicamente pese a su corta edad, podría empezar a trabajar la paciencia como virtud que lleva a la persona a considerar la mansedumbre y la caridad.
Para este caso socializado anteriormente, se pudiera observar claramente cómo al practicar una virtud, esta misma arrastra a otras virtudes, situación análoga a una red o nodo de un tejido. La propuesta entonces para vivir las virtudes según la Dirección de San Pedro, es considerar que, cada virtud, es como un elemento de un tejido orgánico dispuesto en una red, en donde la vivencia de una virtud motiva la vivencia espontánea de otras más. Asimismo, en este sistema o red de virtudes, es importante asumir que cada virtud tiene un peso, una jerarquía y una naturaleza propia, siendo la base y la meta las virtudes teologales, debido a su importancia fundamental. Las otras virtudes ocupan su propio lugar.
En este sentido, San Pedro en su epístola recomienda:
Por esta misma razón; poned el mayor empeño en añadir a vuestra fe, la virtud, a la virtud el conocimiento, al conocimiento la templanza, a la templanza la tenacidad, a la tenacidad la piedad, a la piedad el amor fraterno, al amor fraterno la caridad. Pues si tenéis estas cosas y las tenéis en abundancia, no os dejarán activos ni estériles para el conocimiento perfecto de nuestro Señor Jesucristo (II P. 1, 5).
(Tomado del libro “Llamados a la Reconciliación” de Del Castillo & Caballero de la página 115 a la 121)