Del Castillo (2022) afirma que “la humildad es reconocer todo lo bueno que hay en la vida: las cualidades, lo bien que puede llevarlas ponerlas al servicio de los demás, como un don de Dios; de alegrarse del bien que está presente en la vida”
(p. 38).
El humilde reconoce que ha recibido todos los dones, talentos y todo lo que posee de Dios. Fernández (2016) dice que: “es admitir con realismo el lugar que ocupamos en el mundo, ante Dios y ante los hombres. Moderar nuestros deseos de fama y reconocimiento. Descubrir lo bueno que existe en nosotros, hacerlo rendir y llenarnos de gozo por los dones recibidos, por tanto, la humildad tiene
poco que ver con la pusilanimidad, la mediocridad o la pequeñez” (p. 243).
La humildad está íntimamente relacionada a la aceptación personal, se trata de asumir y admitir la realidad tal como es, aceptar la vida, la historia personal, la familia que Dios le regaló, la vocación que Dios le dio, los amigos que tiene, etc.
(Tomado del libro Creciendo en la Virtud de la página 152)