El ser humano invitado a vivir la virtud
Humberto Del Castillo Drago
El ser humano se descubre como una persona creada por Dios, como un ser único e irrepetible, don para el mundo, con una vocación particular, creado a imagen y semejanza de Dios en libertad, para ser feliz e invitado a vivir el amor en sus distintas manifestaciones: de amistad, entre familiares, al prójimo, conyugal, a Dios y a sí mismo. (Del Castillo, 2021).
Siguiendo a Del Castillo (2022) se dice que “De la Imagen de Dios surge el dinamismo de permanencia, y de la semejanza surge el dinamismo de despliegue como esa capacidad de entrega y amor a los demás” (p. 26).
Son dos dinamismos, impulsos o tendencias, que estando en la mismidad del hombre, lo impulsan a permanecer siendo “el mismo” a pesar de los cambios circunstanciales y lo conducen a la realización humana en el amor, entrega y donación en su existencia cotidiana. Dichos dinamismos se traducen o interpretan en términos psicológicos, a través de las dos necesidades básicas y fundamentales: la seguridad y la significación. En la necesidad de seguridad se explica que el hombre requiere una base segura, un piso, una raíz, un sustento y en la necesidad de significación se entiende que la persona humana posee una existencia, un sentido de vida que lo hace saberse valiosa e importante (Del Castillo, 2019). Este hombre posee una herida profunda y fundamental, que proviene de sí mismo y que tiene su origen en el pecado, es una ruptura radical con el ser supremo, y de ella surgen los otros niveles de ruptura: con uno mismo, con los demás y con lo creado. (Del Castillo, 2022).
Por esto último es que se hace necesaria la reconciliación, el hombre está quebrado, roto, partido, dividido, alienado y despersonalizado. En el libro Reconciliación de la historia personal, se afirma que “la reconciliación supone superar la ruptura radical que es el pecado (origen y raíz del mal y conflicto en el mundo). Además, remite inmediatamente a quien es capaz de recomponer lo quebrado: Dios.” (p. 33). El ser humano, está invitado a vivir la reconciliación en su vida diaria, entendiendo la misma como volver a unir, reunir, volver a juntar, recomponer, reconstruir e incluso resignificar. Se considera importante recordar al apóstol San Pablo en II Cor 5, 20:
“Somos, pues, embajadores de Cristo, como si Dios os exhortase por medio de nosotros. Por eso rogamos: reconciliaos con Dios”.
En este contexto es importante mencionar que todo ser humano está invitado a vivir el amor, el encuentro, para buscar la felicidad que tanto anhela. La felicidad es en un sentido; avanzar en la realización personal, esto implica crecimiento y desarrollo en las distintas áreas del ser humano. Se trata de alcanzar “una vida lograda”, es caminar hacia el bien supremo, es llevar una vida de plenitud, donde la persona planifique su existencia realizando su misión y cumpliendo el plan de Dios.
Rojas (2001) afirma: “La felicidad descansa sobre una actitud mental positiva, un esforzado intento de vivir en armonía con uno mismo. Para alcanzarla hay que dar con las piezas claves del propio rompecabezas aceptándose en la parte rocosa e inmutable y luchando contra viento y marea para modificar lo modificable y mejorar en aquellas parcelas que lo requieran”. (p. 337).
En este orden de ideas hay que afirmar que la persona humana, además de estar invitada a ser feliz, está invitada también a vivir la virtud, en una existencia normal, natural, y cotidiana. Del Castillo (2021) afirma que “La virtud hay que vivirla siempre y en todos los momentos de la vida” (p. 27). Se considera fundamental mencionar que el primer paso frente al anhelo de una vida virtuosa; es la apertura y colaboración con la gracia de Dios, sin la cual cualquier esfuerzo será en vano.
Havard (2017) afirma que “la virtud capacita al hombre para desarrollarse de manera adecuada a su propia naturaleza. Mediante la virtud, el hombre “es más” y puede llegar a ser su verdadero “yo” (p. 177). Se dice entonces que la virtud, conduce al hombre a la realización personal y al bien supremo, y lo acerca a la felicidad. “Aunque la virtud no da la felicidad, nos acerca a ella, porque nos acerca a Dios, que es la Verdad, la Bondad y la Belleza” (Havard, 2017, p. 178).
La virtud es un hábito, es una cualidad, un hábito operativo bueno de la persona, su opuesto es el vicio. Es la respuesta de cooperación con la gracia de Dios que el hombre realiza para crecer y madurar en su camino de fe y reconciliación.
Es importante recordar que el camino fundamental que todo bautizado está invitado a recorrer es el de las virtudes teologales: la Fe, la Esperanza y la Caridad, aspirando a la santidad a la que nos llama el Señor, dichas virtudes son infundidas por Dios en el alma de las personas, mientras que las virtudes humanas, adquiridas mediante actos deliberados, la perseverancia y la educación en las mismas, son purificadas y elevadas por la gracia divina y la fuerza del Espíritu Santo (Pierce, 2010).
La virtud o areté, como la entiende San Pedro en II Pe 1,5: significa “señorío de uno mismo”, “maestría” o “excelencia” e implica “la realización de algo o alguien según su naturaleza” . Esta virtud, involucra la “recuperación de la unidad personal que implica la reconciliación integral y nos lleva a realizarnos como personas, según lo inscrito por Dios en nuestra naturaleza”. (Pierce, 2010, p. 115).
En el Centro Areté entendemos la areté como la cooperación humana con la gracia que conduce a la reconciliación de las facultades del ser humano. La virtud, unida a la gracia de Dios y a la fuerza del Espíritu Santo nos conduce a la unión y a la reconciliación personal (Del Castillo, 2021). Es por tanto una invitación para todos los seres humanos, sabiendo que la respuesta de cada quién implica un camino, un proceso, incluso una metodología para ir avanzando poco a poco y de acuerdo con los tiempos de Dios, en una existencia areteica.
(Tomado de las páginas 22 a la 22 del libro Creciendo en la Virtud. Areté Ediciones 2,023)
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