Las palabras de Juan Pablo II resuenan en nuestra mente y corazón para tratar de entender nuestra propia realidad. En otros artículos hemos entendido la grandeza de nuestra naturaleza al ser creados a imagen y semejanza de Dios, invitados a plenificar nuestra existencia viviendo el amor.
Es importante entender también cómo el hombre, haciendo mal uso de su libertad, opta por alejarse de su Creador, rompe con Él y peca. El pecado es ruptura, rechazo y desconfianza del Plan de Dios. Por el pecado la imagen queda oscurecida y la semejanza perdida. Nuestros primeros padres rompen la comunión con Dios, quieren alcanzar su realización y felicidad no con Él sino frente a Él, incluso contra Él.
No podemos entender la realidad del mundo y del hombre actual si olvidamos la importancia del pecado. “El mal procede de la desobediencia y el rechazo con que la criatura humana desde su libertad responde a Dios y a sus amorosos designios es la fuente de toda ruptura, y no sólo ello, sino es fuerza de ruptura, de anti-amor que obstaculizará permanentemente el crecimiento en el amor y la comunión, tanto desde el corazón de los hombres, como desde las diversas estructuras por ellos creadas, en las cuales el pecado de sus autores ha impreso su huella destructora”[2].
Muy equivocados estamos los seres humanos cuando queremos entendernos a nosotros mismos y nos olvidamos del pecado, que es un dato antropológico fundamental. Hoy en día la conciencia del pecado y el sentido del mismo están oscurecidos, porque el ser humano vive de espaldas a Dios y a sí mismo.
Se trata de mirarnos integralmente, como Dios nos mira, sabiéndonos hijos de Dios, creados por amor y con una libertad que, mal empleada, introdujo una alteración que afectó la realidad del ser humano y sus relaciones básicas.
Humberto Del Castillo Drago
Psicólogo
Director General de Areté
[1] Reconciliación y Penitencia No. 18
[2] Camino hacia Dios, No. 104.