La palabra herida viene del griego “tráumatus”: traumatizar; en la terminología griega, era causar una herida física o psicológica. Una herida afectiva es un choque o golpe en la afectividad de la persona que produce un daño duradero en todas sus dimensiones. Dicha herida o trauma aflige, duele y atormenta el ánimo o psique de la persona. (Del Castillo, 2016).
Siguiendo a Domínguez (2019), se afirma que la herida puede deberse a una necesidad afectiva no cubierta, a una agresión grave puntual, a reiteraciones de agresiones o carencias y otras que son producidas por pérdidas traumáticas.
Existen heridas afectivas que se generan en el núcleo familiar de la persona, cuando la misma es hermana o hija, hermano o hijo.
Por ejemplo, se pueden originar heridas en los siguientes temas: ausencia emocional paterna, abandono de alguno de los padres, sobreprotección materna y abuso emocional paterno o materno, entre otras situaciones. A este respecto, Escobar (2019), afirma que:
“La herida, entre más temprano se inflija, entre más joven sea la persona, es más dura y profunda” (p. 32).
El mencionado autor explica la importancia que tienen para un proceso de reconciliación personal las heridas primitivas, afirmando que son las que más trabajo cuesta reconocer a la mayoría de personas.
(Tomado del libro “Llamados a la Reconciliación de Del Castillo & Caballero de la página 95 a la 96)
