Sabemos todos que el ser humano es un ser complejo, en él se integran elementos biológicos, psicológicos y espirituales. Serráis, en su libro Madurez psicológica y felicidad, dice que “esos elementos precisan tiempo para desarrollarse con un ritmo propio en cada persona, para alcanzar en cada una un máximo de desarrollo diferente y para interrelacionarse de un modo peculiar en cada individuo” (p. 8).
En este orden de ideas, existen distintas dimensiones en el ser humano. Todas ellas son innegables y ninguna puede ser olvidada. Por ejemplo, la más inmediata es la dimensión biológica. Ésta representa la corporalidad con todas sus características estructurales y funcionales, para constituir la dimensión básica y necesaria en la relación con los demás y con el entorno contextual.
Por último, la dimensión espiritual es aquella que hace que el ser humano trascienda en el mundo, debido a que está invitado a una relación personal con Dios y consigo mismo. Esta dimensión lo hace UNICO E IRREPETIBLE, porque Dios nos creó con una mismidad e identidad propia, llamados a ser imagen y semejanza de Dios y participar de la naturaleza divina.
Nosotros en Areté consideramos que la dimensión social es una dimensión importante que implica a las otras tres; en un sentido se puede ubicar en la dimensión psicológica, en otro sentido podemos decir que es transversal a las otras tres dimensiones, por eso preferimos hablar de tres dimensiones y no de cuatro, para no quitarle ni fuerza ni peso a alguna de las otras tres, incluso a la dimensión espiritual -que es tan olvidada y marginada el día de hoy, incluso por la psicología que intenta en varias de sus escuelas y enfoques ser una respuesta al hombre sin Dios-. Así que las tres dimensiones interactúan de forma necesaria y se requieren mutua y recíprocamente, para potenciarse entre sí, con respuestas unitarias, integradas e inseparables, que constituyen la esencia del ser humano y configuran su manera de ser personal.
El ser humano, dice Cabanyes no es un “qué”, un “algo”, sino un “quién”, un “alguien”. Es un ser personal, con un cierto agrado de autonomía y de trascendencia. El ser humano vive “en sí mismo”, no “en otros”, aunque necesite vivir “con otros” para perfeccionarse. Es capaz de moverse con autonomía casi plena, incluso contra sus límites naturales y necesidades básicas, y de generar y mantener su propio hábitat.El hombre es un ser trascendente en el sentido de que no se agota en su propio género humano, sino que está abierto al absoluto. Así que podemos evidenciar que estas son las personas que nos llegan a consulta; sufriendo con un dolor psíquico, con un malestar psicológico e incluso psiquiátrico. Y es aquí donde la dimensión trascendente o espiritual, concede a cada persona su singularidad, es decir, es único e irrepetible. Además, toda persona tiene un anhelo de infinito, un afán de absoluto, una nostalgia de reconciliación. De esta manera, nadie se contenta con amar y sentirse amado o disfrutar y sentirse feliz de modo limitado.
Hasta aquí la explicación de las tres dimensiones fundamentales del ser humano: cuerpo, psique y espíritu. Ahora vamos a citar a Burgos en su libro Antropología: una guía para la existencia, cuando explica lo siguiente: “El cuerpo se identifica con uno de ellos. La psique comprende la sensibilidad, las tendencias y parte de la afectividad. Y el espíritu comprende parte de la afectividad, el conocimiento intelectual y el yo”. (p. 64, 65).
En Areté hacemos una diferencia entre lo que es el “Yo Psíquico” y lo que es la “Mismidad”. Cuando hablamos de mismidad estamos hablando de lo más íntimo del ser humano, es decir, de lo más profundo o de aquello que lo hace ser hijo de Dios, don para el mundo; único e irrepetible; “Palabra de Dios que nunca se repite”. En otras palabras, es el núcleo de la identidad del ser humano.
Ahora, frente a todo esto surge una pregunta:
-¿Dónde se ubican las tres potencialidades del ser humano?
-¿Dónde se ubican la inteligencia, la afectividad y la voluntad, según una visión trial del ser humano?
Para responder a estas preguntas vamos a dialogar con Xóse Domínguez, en su libro Psicología de la persona:
-Las capacidades de la persona no son autónomas, es decir, no son meras facultades operativas, sino capacidades-de-esta-persona. Estas capacidades son naturales o adquiridas.
-Dentro de las naturales vemos la fortaleza física y el temperamento.
–Al interior de las adquiridas, se encuentran los conocimientos, las virtudes y el carácter.
En todo caso, estas capacidades o potencialidades le han sido donadas desde el nacimiento o bien se le ha dado la posibilidad para adquirir las que son sobrevenidas, y podemos llamar a estas capacidades de la persona, como dones o dote, según Domínguez. Esta dote, este conjunto de capacidades, está estructurada de tal manera que forma un sistema, una estructura. De modo que cada capacidad y característica, afecta a todas las demás, y cada dimensión y potencialidad están vinculadas a toda la persona o sistema, de acuerdo con Burgos y Domínguez. Así, la persona no tiene cuerpo, sino que es corporal, y las características del cuerpo afectan a la totalidad.
En este sentido, Domínguez, plantea que:
“Todo el pensamiento es sexuado, y también la afectividad. Asimismo, la inteligencia es afectuosa (capta cálidamente la realidad) y mediada corporalmente. Es decir, cada nota característica de la persona es nota de todas las demás, afectando a todas las demás y definiéndose físicamente en función de todas las demás. Cada nota califica y tiñe a todo el sistema. Del mismo modo, diremos que la inteligencia es afectuosa y que la voluntad es inteligente” (p.54, 55).
Juan Manuel Burgos, en su libro Historia de la Psicología, dice que:
“Es importante entender al hombre, a la persona como UNIDAD INSEPARABLE. La psicología, está acostumbrada a “diseccionar” a las funciones personales como entidades autónomas. Se trata de recuperar la mirada integral, holística de la persona, incluso podríamos decir integradora. Todo fenómeno o proceso psíquico lo es de UNA PERSONA, por ende todo problema psicológico o trastorno psíquico es necesario comprenderlo desde la totalidad personal” (p. 89).
También, Domínguez afirma que: “El comportamiento lo es de toda la persona. Y toda dimensión debe ser integrada y personalizada, para que el ser humano no sea un actor de su vida, sino el autor de la misma” (p. 55).
Humberto Del Castillo Drago
Psicólogo
Director General de Areté