El hombre fue creado por Dios para ser feliz, para realizarse como ser humano, para responder desde lo hondo de su mismidad a la pregunta por su propia identidad: ¿Quién soy?
Sin embargo, constatamos que hoy en día el hombre vive muy solo, triste, a veces es pesimista y negativo. La depresión y otras enfermedades psicológicas e incluso trastornos psiquiátricos crecen por doquier. Llama la atención lo desorientado que vive el hombre actual.
El ser humano, creado por Dios e invitado por Él a participar de su naturaleza divina, porta en lo mas profundo de su ser la huella del Creador, que es el sello que lo distingue y que se percibe claramente en la nostalgia de infinito, de reconciliación, que todo ser humano posee. Además, descubrimos en Él una capacidad para relacionarse con Dios, para ser amigo de Él, una capacidad para amar y comunicarse con él. El hombre está invitado a vivir según sus dinamismos de permanencia y despliegue, a trascender en la vida desde su ser más profundo, desde su mismidad, amando en la vida cotidiana.
Entonces, ¿qué es lo que sucede? Se vive desde el quién no soy, es decir, desde la miseria humana, desde sus defectos y problemas. El hombre, herido por el pecado, decodifica erradamente sus dinamismos y vive alejado de Dios y de sí mismo. Se olvida de su gran dignidad, se olvida de su naturaleza divina para encerrarse en el error y la mentira. Es por eso que hoy en día hay tantos hombres tristes, solos e infelices. El norte se ha perdido, la brújula se ha extraviado.
El pecado ha herido al ser humano en sus tres dimensiones: cuerpo, alma y espíritu. Dicha ruptura con el creador y consigo mismo tiene un fruto concreto que se llama “escotosis”. Esta palabra del griego skotos se traduce como oscuridad, tinieblas. Por escotosis nos referimos a la oscuridad en la que se ve sumergida la razón humana como consecuencia del pecado. Es, por tanto, una ceguera mental y espiritual que nos impide ver la realidad con objetividad, tal y como es verdaderamente, tal y como Dios la ve, en particular la realidad de uno mismo. Podemos decir que es la mentira existencial en la que vivimos como fruto del pecado. Es la falsa ilusión, la negación de nuestro ser más profundo mediante las máscaras que nos ponemos para evadir la realidad y huir de nosotros mismos. Tengo una visión equivocada de mí mismo, de la realidad y de mi propia identidad. Vivo alejado del quien soy yo, angustiado y parapetado en el quién no soy.
Es fundamental entender que el actual drama del ser humano se entiende desde el profundo desencuentro que vive consigo mismo y con el Creador, haciendo una lectura distorsionada de sus dinamismos fundamentales creyendo que puede saciar su sed de infinito en el poseer-placer, en el poder o en el tener, de espaldas a Dios y a su propia identidad, cerrándose así a la comunión anhelada.
Humberto Del Castillo Drago
Psicólogo
Director General de Areté