Un tema importante y que está relacionado a la aceptación de sí mismo es la aceptación de los demás. Muchas veces es una consecuencia. ¿Qué se quiere decir con esto? Que si el individuo no se acepta a sí mismo, no es raro que no acepte al otro. Si vive peleado consigo, en ruptura con su ser, vivirá en ruptura con los demás. Esta es una perspectiva importante en lo que se refiere a la aceptación de los otros.
La idea es seguir avanzando en lo que es la aceptación del otro como persona humana única e irrepetible, don para el mundo. Como dice Edgardo Sosa (1983) en su libro El principito y su revolución psicológica, que cada ser humano es una palabra de Dios que nunca se repite. Se puede encontrar personas parecidas en lo físico, inclusive homónimos o personas parecidas en cuanto a carácter o personalidad, pero en lo más íntimo, su mismidad, no existe nadie igual. Esto sirve para abrirse a la realidad del otro como ser único.
El Ser humano es distinto a otro y, claro está, se aproxima a la realidad de manera distinta. El problema es que a veces no se acepta que el otro sea distinto a sí. Se olvida de celebrar las diferencias, de valorar que es distinto. Que sea diferente y distinto es una gran oportunidad de enriquecer, de edificar y ayudar el uno al otro. ¿Por qué se quiere que el otro sea igual a sí? ¿Por qué se quiere controlar al otro? ¿Por qué se quiere que el amigo piense como él? Valga repetirlo: la diferencia, la heterogeneidad es un valor, una oportunidad, un regalo de la vida para crecer y desarrollarse. Philipe (2011) señala la necesidad de educarse para aceptar a los demás como son, para comprender que la sensibilidad y los valores que lo sustentan no son idénticos a los de todos; para ensanchar y domar el corazón y el pensamiento en consideración hacia ellos.
Se trata de aceptar al otro tal como es, con sus virtudes y cualidades pero, también con sus defectos y debilidades. Ya se ha leído que aceptar no significa estar de acuerdo. Y es que no se puede estar de acuerdo con algo malo que hace el otro, o con algún defecto o pecado; pero se trata de aceptarlo, respetarlo, amarlo y ayudarlo poniendo todo lo que está a su alcance para que pueda mejorar.
¿Qué pasaría si un día un hijo descubre que su padre no era todo lo honesto y honrado que se pensaba y que más bien ha vivido engañando a distintas personas? ¿Dejaría de ser su padre? ¿Lo aceptaría? ¿Estaría dispuesto a perdonarlo?
¿Qué pasa si se descubre que la madre no es todo lo modélica que se pensaba sino que durante años ha vivido una doble vida y que incluso tiene otro hijo con otro señor que no es el padre? ¿Qué es lo que no se acepta de ella o de todo este hecho? ¿Qué estaría invitado a hacer el hijo?
En los no pocos años de vida consagrada y en el contacto con distintos hermanos y hermanas de distintas comunidades, no ha sido raro encontrar algunos que están desencantados de sus comunidades, de algunos hermanos mayores, inclusive de sus superioras o fundadores. ¿Esto les quita la vocación? ¿Esto es un motivo suficiente para abandonar el llamado que Dios les hizo desde la eternidad? Se considera más bien que es un llamado a aceptar los límites de las personas y comunidades, a mirar con misericordia los defectos de los demás, a entender que es ser humano débil y perfectible y que todos pueden cambiar y mejorar. Pero, claro está que es fundamental aceptar incondicionalmente al otro, se trata de aceptarlo tal como es. Ese es el primer paso, que será completado con el perdón, como podrá ver el lector más adelante.
Psi. Humberto Del Castillo Drago
Director General de Areté