En la vida e historia de cada persona puede haber distintos hechos o
acontecimientos que influyen en el desarrollo y vivencia de la afectividad, que no
necesariamente se buscan -tal vez por la corta edad, ingenuidad, impulsividad e
inconsciencia-, sino que simplemente surgieron. Además, en dichos
acontecimientos, juega un papel fundamental los padres o cuidadores. Por
ejemplo, Sarráis (2013), explica cómo la adecuada conjunción de cariño y normas
estables, crea el ambiente educativo más favorable para la educación de la
madurez.
La familia es la primera escuela de amor y afectividad, en la que se
reconoce el rol fundamental de los padres en la educación de la afectividad de los
hijos. Ellos son los primeros invitados a educar integralmente, incluyendo una
educación de los sentimientos. Sin embargo, los padres no necesariamente están
formados para educar la afectividad de sus hijos y, como consecuencia, hoy se
puede ver una ausencia emocional por parte de los padres. Esto porque muchos
están dedicados a trabajar y trabajar en busca de los recursos económicos
necesarios para el sostenimiento del hogar, descuidando la responsabilidad de
prestar un poco más de atención a los quehaceres de sus pequeños. Además, se
constatan problemas de comunicación entre los padres, o de los padres con los
hijos; infidelidad conyugal; abuso emocional de padres a hijos; sobreprotección,
etc.
Al revisar la propia historia personal, el ser humano descubre distintos
hechos y acontecimientos que influyen en la vida actual y que marcaron la
afectividad. Sin embargo, el primer paso para sanar estas heridas es invitar a la
persona a madurar integralmente como unidad bio-psico-espiritual. Dicha madurez
implica un conocimiento personal, una aceptación y reconciliación de la historia
personal que busque vivir el instante presente con libertad interior. Esto es debido
a que no podrá cambiar el pasado, ni dominar los acontecimientos que sucederán
en el futuro, pero sí podrá aceptarlos, planearlos y ponerlos en manos de Dios.
Además, es importante tener en cuenta que si bien no necesariamente las
cosas van a salir como se las planifica, lo único que nos pertenece es el momento
actual, y solo en este se establecerá un auténtico contacto con la realidad. Es
decir, se podrá vivir una actitud de aceptación y de reconciliación frente al pasado,
para, de esta manera, vivir con libertad el instante presente.
De acuerdo a lo anterior, Rojas (2011), afirma que: “El hombre maduro es
aquel que ha sabido reconciliarse con su pasado. Ha podido superar, digerir e
incluso cerrar las heridas del pasado. Y, a la vez, ensaya una mirada hacia el
futuro prometedor e incierto” (p. 203)
¿Qué son entonces las heridas afectivas?
La palabra herida viene del griego tráumatus, que quiere decir traumatizar.
Desde la terminología griega, esta palabra se entendía como el hecho de causar
una herida física o psicológica. Luego, con el paso del tiempo se empezó a utilizar
también la palabra trauma para referirse al aspecto psíquico (mental, psicológico y
emocional) y traumatismo para el aspecto físico (golpe fuerte o fractura). Por otra
parte, según la Real Academia Española (RAE), una herida es: “aquello que aflige
y atormenta el ánimo”.
En ese sentido, una herida afectiva es un choque o golpe en la afectividad
de la persona, el cual produce un daño duradero en todas sus dimensiones.
También, dicha herida o trauma aflige, duele y atormenta el ánimo o psiqué de la
persona. Se habla entonces de un hecho o acontecimiento en la vida o historia de
la persona, que produce dolor y sufrimiento.
Por ello, se aconseja que las heridas afectivas se vayan trabajando poco a
poco, siendo necesario además, hacer un esfuerzo consciente por conocerlas e
identificarlas, para facilitar su comprensión y reconciliación de las mismas. Sin
embargo, no es extraño que ciertas heridas o problemas por reconciliar se
conviertan en un obstáculo para la vivencia de la virtud y de la maestría personal.
De ahí viene la importancia de comenzar dicho proceso de aceptación, perdón y
reconciliación. Adicionalmente, es muy recomendable solicitar ayuda profesional,
especialmente cuando las heridas por reconciliar son de particular gravedad.
Tomado del libro “Afectividad y Sexualidad en la Vida Cotidiana”,
2da.Edición, páginas 52 y 53.