Una primera vivencia o expresión de la afectividad es la emoción, la misma que deriva de la palabra latina emovere, que significa agitación. Se trata de una conmoción interior generalmente brusca, aguda, rápida, espontánea y súbita que se produce en nuestro estado de ánimo y normalmente viene acompañada de manifestaciones de bastante relieve (taquicardia, sudoración profusa, dificultad respiratoria, etc.). Además, se caracteriza porque su duración es breve y escueta. Es decir, no dura mucho tiempo, como sí sería el caso del sentimiento.
Las emociones presentan síntomas físicos que generalmente están ausentes en el mundo sentimental, debido a que la emoción comporta una conducta motora que es esencialmente activa y sobreviene siempre por algo. Por ejemplo, entre las principales emociones tenemos al miedo, tristeza, ira, vergüenza y alegría. Asimismo, la emoción desorganiza la actuación vital, ya sea dificultándola, impidiéndola o no relacionándose directamente con ella.
Es necesario tener en cuenta que, por otro lado, las emociones nacen de un estímulo que contiene una referencia personal, o sea, de algo que se presenta como atractivo o amenazador y, de alguna manera, afecta a la persona o las personas, entidades u objetos que son como una extensión del propio yo. Así, por ejemplo, me emociono al ver un amigo que hace varios años no veo, me emociono cuando veo a mi equipo jugando, o me alegro si me encuentro con mi madre o con alguna de mis hermanas.
(Tomado de la 2da. Edición del libro Afectividad y Sexualidad en la Vida Cotidiana, versión electrónica, de la página 35 )