Es una palabra que en latín significa: “Virtus” y en griego significa “Areté”.
La palabra latina: Virtus, virtūtis, se deriva del vocablo latín vir, que significa ‘varón’, ‘hombre’, vinculado a lo masculino en la antigüedad. En este sentido, la virtud expresa fuerza, vigor o valor de una persona frente a distintas situaciones o acontecimientos.
La palabra griega: “Areté”, tiene distintos significados, no tiene una traducción exacta al castellano. Profundizando en la cultura griega, se recuerda el significado de Areté como maestría, excelencia y señorío de sí mismo, relacionado al dominio de sus facultades espirituales, psíquicas y físicas. Se trata de lograr la unificación de sus capacidades para orientarse en la vida cotidiana hacia una determinada meta mientras que supera las adversidades.
En la tradición católica se entiende virtud como lo explica el Catecismo de la Iglesia Católica (CIC):
“La virtud es una disposición habitual y firme a hacer el bien. Permite a la persona no sólo realizar actos buenos, sino dar lo mejor de sí misma. Con todas sus fuerzas sensibles y espirituales, la persona virtuosa tiende hacia el bien, lo busca y lo elige a través de acciones concretas. El objetivo de una vida virtuosa consiste en llegar a ser semejante a Dios”.
La virtud es un camino de integración interior, de reconciliación personal, dónde la persona responde cooperando con la gracia de Dios de manera que pueda madurar en su camino de fe, recuperando le semejanza con Dios, es decir la capacidad de comunicarse con Él.
Del Castillo (2021) dice:
“Se puede decir que la Areté es la cooperación humana con la gracia que conduce a la reconciliación de las facultades del ser humano. ¿Qué quiere decir esto? Que la virtud -unida a la gracia de Dios y a la fuerza del Espíritu Santo- nos conduce a la unión, a la reconciliación personal”.
(Tomados de la página 19 y 20 del libro “El líder virtuoso y las habilidades para la vida”, Ediciones Paulinas)
