La Virtud o Areté

Humberto Del Castillo Drago

Como la entiende San Pedro significa “señorío de sí mismo”, “maestría personal” o “excelencia” (Pierce, 2010). “La Areté es la cooperación humana con la gracia que conduce a la reconciliación de las facultades del ser humano. La virtud, unida a la gracia de Dios conduce al hombre a la unión, a la reconciliación personal” (Del Castillo, 2021, p. 23).

Por otro lado, el Catecismo de la Iglesia Católica nos dice que:

“La virtud es una disposición habitual y firme a hacer el bien. Permite a la persona no sólo realizar actos buenos, sino dar lo mejor de sí misma. Con todas sus fuerzas sensibles y espirituales, la persona virtuosa tiende hacia el bien, lo busca y lo elige a través de acciones concretas. «El objetivo de una vida virtuosa consiste en llegar a ser semejante a Dios» (San Gregorio de Nisa, De beatitudinibus, oratio 1)” (N°. 1803).

Es así que frente a la experiencia de ruptura y de dispersión interior, la virtud ofrece a la persona humana un camino de integración interior y reconciliación personal para poder responder a la gracia con mayor libertad. Pero sobre todo tiene como objetivo el recuperar la semejanza con Dios, es decir, la capacidad de comunicarnos con Él.

Tokumura (2021) expresa que

“La vivencia de la areté es un camino concreto de cooperación con la Gracia. Y esta Gracia no es una energía anónima o un “algo”, sino, más bien, un “alguien”, la persona misma de Cristo con quien establecemos una relación concreta, o en palabras del mismo Señor, de amistad (Jn 15, 13). Es decir, el fin de la areté -y las maestrías que incluye- sólo tienen sentido en relación estrecha con la persona del Señor Jesús” (p. 44).

Se necesita de las virtudes o maestrías para profundizar en la vida cristiana y ser como el Señor nos invita a ser. La virtud es una disposición estable, es un hábito de hacer el bien.

Fernández (2016) afirma que:

“Una persona sin virtudes se asemeja a un barco sin timón: quien no se ejercita en el dominio de sí mismo, quien no aspira al bien o no se empeña en ejercer obras buenas, no supera la fuerza de las olas y del viento. El ambiente y las pasiones la llevan” (p. 34).

Una manera concreta de ejercitar la virtud en nuestra cotidianeidad es la vivencia de los silencios. Este silencio o silencios se van a entender como virtudes o maestrías, puesto que no hacen referencia a una mera ausencia de ruido, sino a un señorío de sí mismo, maestría personal, sobre nuestras facultades, para poder cooperar activamente con la gracia, recobrar la semejanza perdida por efecto del pecado en nuestra vida.

Los silencios o maestrías son una respuesta positiva a la gracia de Dios, a la vez que un camino de reconciliación de nuestras capacidades y potencias, reorientándolas según nuestros dinamismos fundamentales y necesidades psicológicas. Es un camino de libertad, por medio del cual el hombre enfrenta sus distintos obstáculos y esclavitudes. Es integral y activo, puesto que involucra a toda la persona, como unidad bio-psico-espiritual y la conduce a un estado armónico de sus facultades, ordenadas según el Plan de Dios.

(Tomado de las páginas 120 a la 123 del libro Creciendo en la Virtud. Areté Ediciones. 2,023)

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