¿Qué es la Afectividad?:
El psiquiatra español Enrique Rojas define la afectividad:
“Como el universo emotivo formado por un sistema complejo de sentimientos, emociones, pasiones, motivaciones, ilusiones y deseos…Se caracteriza por su diversidad, como un océano, desde sus colores a sus apariencias, pasando por la profundidad de todo lo que habita en su interior. Todos sabemos de su existencia, pero dar una definición cabal es una tarea bien ardua, sobre todo ahora que estamos en la era del desamor”.
La afectividad es el modo en que somos afectados interiormente por las circunstancias que se producen a nuestro alrededor.
Desde los primeros años de existencia, el niño capta los estímulos y expresa sus vivencias por el sistema emocional. Su clave de conocimiento es afectiva.
El mundo afectivo del ser humano comienza antes del nacimiento con el vínculo emocional que genera la madre con su hijo. Los padres y la familia son fundamentales en la educación de la afectividad y de la recta valoración de sí mismo de los hijos.
¿Qué es la inestabilidad afectiva?:
Es la variación frecuente de emociones y sentimientos sin razones de peso señala Miguel Ángel Fuentes en su libro “Educación de la afectividad”.
No nos estamos refiriendo a la “ciclotimia” ni tampoco al trastorno bipolar, ni a la personalidad borderline o trastorno “límite”. Nos referimos a la inestabilidad de nuestras emociones. Es decir, cuando nuestro ánimo varía muy rápido, nuestro humor es muy cambiante e inestable.
En este sentido hay que mencionar que no es raro que hoy en día vivamos bajo el imperio de lo emocional. Estamos muy acostumbrados a responder desde lo que sentimos, desde nuestras emociones. Un rasgo del hombre contemporáneo es la inestabilidad afectivo-emocional. Él está poco acostumbrado a regirse por sus criterios, por su razón. Es más, podemos hablar incluso del endiosamiento de lo emocional. Hoy en día importa solo lo emocional o sentimental, sin reflexionar si está bien o mal. Se plantea que lo importante es sentirse bien más allá del bien o del mal, es decir, más allá de lo moral.
Distintos enfoques psicológicos o psicoterapias intentan hacer sentir bien a la persona más allá de lo bueno o malo. No es raro que se recurra a sucedáneos o drogas que nos conducen a una respuesta falsa y reductiva.
Pongamos el ejemplo del dolor.
A ninguna persona le gusta sufrir o sentir dolor. Esto es claro. Sin embargo hay que decir que el dolor no es malo. Por otro lado el dolor y sufrimiento es parte de la vida humana. Sería muy bueno que todos aprendamos a asumir y aceptar en nuestras vidas cotidianas los dolores y sufrimientos como parte de nuestra existencia e incluso como una pedagogía para crecer en amor, entrega y donación. No está mal sufrir. No está mal sentir dolor. El dolor es un sentimiento que se da, es real, existe en el mundo y en personas concretas.
Lo mismo que el miedo o cualquier otra emoción o sentimiento.
Es un tema de falta de conocimiento personal; es decir, de no entendernos a nosotros mismos, de no saber qué estamos sintiendo o qué estamos pensando e incluso el vivir huyendo del dolor o también el ser presa de nuestras emociones. Y es que no es raro que nuestras emociones nos manejen y manipulen.
Ese es el inestable. Estamos ante una personalidad fluctuante. Pasa con relativa facilidad del entusiasmo al desaliento, de las “cumbres” a los “pozos”, de las euforias a los enojos. Ésta es una personalidad altamente emotiva, pues, precisamente, las emociones son las que controlan sus estados anímicos. Y, como los afectos son cambiantes, todo es arrastrado con sus cambios. Es un hombre cuyo hilo histórico se llama capricho, engreimiento, mimo.
Los cambios en las emociones o sentimientos suelen darse, incluso, en forma explosiva, súbita; no gradual. En poco tiempo, o, a veces, a raíz de un simple episodio (por ejemplo, la negación de un capricho, una noticia contradictoria, etc.), pasan de la euforia al abatimiento.
En esto actúan de modo semejante a los niños que brincan con un regalo y en cuestión de minutos patalean ante un reto. Lo cual muestra que es un problema de inmadurez e infantilismo.
Se trata entonces de madurar y crecer en nuestro manejo emocional y afectivo.Se trata de entender que la afectividad humana es normalmente cambiante ya que aquí no estamos hablando de una estabilidad absoluta.
Se trata de enfrentar y asumir nuestras emociones y sentimientos cotidianamente. Que el miedo o la tristeza no nos venza, por ejemplo, y nos lleve a pelearnos con nuestros seres queridos o que nos marginemos de nuestros amigos, que afecte mi trabajo, mis estudios e incluso mi vida espiritual.
Cuando la franja de los altibajos se hace más amplia, pasando de alegrías “desproporcionadas” a “bajones” igualmente exagerados, columpiándose entre el arrebato y el desaliento, estamos ante un problema que puede ser serio.
Causas de la inestabilidad afectiva:
Es importante afirmar que “algunas personas están más predispuestas que otras a experimentar con frecuencia emociones positivas o negativas”. Es decir hay personas más emotivas que otras, incluso podríamos decir que hay quienes tienden más a las emociones positivas u otros que tienden más a las emociones negativas.
La familia es uno de los factores más influyentes en el desarrollo del mundo afectivo de la persona. Y las carencias afectivas, por exceso o por defecto, afectan a la conducta humana.
Los padres, educan (o maleducan) en la afectividad a través de las interacciones entre sí mismos y a través de las interacciones con sus hijos.
Recomendaciones:
La estabilidad afectiva requiere de una armonía entre la emoción o sentimiento y la razón. Cuando existe un predominio de lo racional, en detrimento de la parte afectiva, el resultado puede ser una personalidad fría, calculadora, incapaz de darle cabida a los lazos afectivos. Por el contrario, cuando predomina la parte afectiva y no interviene la razón, se desarrolla una personalidad extremadamente sensible que dificulta al individuo ver los acontecimientos de su vida de una manera objetiva.
Son tres las recomendaciones para trabajar la inestabilidad afectiva:
-Conocimiento personal: Esto implica reconocer quienes somos realmente. Se trata de evitar mi reducción a una lista de defectos o virtudes o a lo corporal, placer, al dinero o mi personaje. Se trata de un conocimiento integral de mí mismo como unidad bio-psico-espiritual.
-Aceptación: Saberme creatura, hijo de Dios, don único e irrepetible. Ser contingente y necesitado. Se trata de asumir en mi vida a mis padres, todos los hechos de mi historia personal; buenos y malos.
-Señorío de sí: Es lo que algunos lo explican cómo autocontrol. En efecto es el dominio de sí, el manejo o maestría personal. Aquí es importante insistir en el manejo y gobierno de mis emociones y sentimientos por medio de la razón. Si me siento mal es importante entender ¿por qué me siento mal?, enfrentar esa emoción y sentimiento, preguntarme ¿por qué me estoy sintiendo mal?, ¿Qué es lo que estoy pensando? En éste contexto es adecuado trabajar nuestras creencias nucleares o también las distorsiones cognitivas o falacias lógicas.
Cuando hablamos de controlar nuestros sentimientos no estamos hablando de reprimirlos. Se trata de conocerlos, de reconocerlos, aceptarlos, asumirlos, canalizarlos y encausarlos.
HUMBERTO DEL CASTILLO DRAGO