Desde la mirada integral del ser humano que se reconoce como unidad bio-psico-espiritual, no se puede hablar de afectividad sin hablar de amor. La persona posee sentimientos, emociones, estados de ánimo, ilusiones, motivaciones, pasiones y capacidad de amar y ser amado. Es por esto que, cada persona, tiene la capacidad de entregarse y servir a los demás, de amar, de amarse a sí mismo y de relacionarse con la naturaleza.
Al hablar del amor, quizás se está ante la realidad más importante en la vida del ser humano. Sin embargo, es una palabra que además de tener múltiples significados, también estos han sido mal empleados.
Al respecto, Moya Corredor (2007) dice lo siguiente:
Dediquemos unos párrafos a salir al paso del mal uso del término amor, ya que hoy, con frecuencia, se aplica esta palabra para designar conductas que tienen poco que ver con el amor. Debe recuperarse el sentido original de la palabra, sin desvirtuarlo, aunque esto suponga ir contra corriente (p. 26).
Se constata que la persona humana ha sido creada para amar, es decir, es una necesidad de amar y ser amado en todo momento. El hombre no puede existir o ser feliz sin amor, por lo que su vida carece de sentido si no se encuentra con el amor, lo experimenta y lo hace propio. San Juan Pablo II (1979), en la encíclica Redemptor Hominis, comenta:
El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta, lo hace propio, si no participa en él vivamente (n. 10).
Pero, ¿qué es el amor? Rojas (2010), afirma que esta palabra deriva del latín amor, -oris, también amare por un lado y caritas por otro. En donde amare quiere decir “amar por inclinación o por simpatía”. También desde el griego la palabra amor tiene su acento en la expresión Eros, considerado el dios del amor en el mundo antiguo y que significa “profundo, oscuro, misterioso, sombrío y abismal”. Por ejemplo, en el mito griego Eros tenía originariamente tal fuerza que era capaz de unir los elementos constitutivos del mundo. Después, el mito se restringió al mundo humano, cambiando el significado a la unión de los sexos, siendo una representación plástica de un niño alado (rapidez) provisto de flechas. Así que, del eros griego, se pasa al ágape cristiano, que significa “convivir, compartir la vida con el amado”. En ambas hay un significado de amor: inclinación, tendencia a adherirse a algo bueno, tanto presente como ausente.
En el idioma castellano se encuentra un sinnúmero de sinónimos, tales como querer, cariño, estima, predilección, enamoramiento, propensión, entusiasmo, arrebato, fervor, admiración, efusión y reverencia. Pero en todas hay algo que se repite, es decir, se aprecia una constante, la cual es la tendencia hacia alguien. Esta tendencia, que tiene la persona, hace desear una compañía, un encuentro con el otro y una donación personal. Burgos (2009), define el amor como “querer el bien de otra persona” (p. 286). Es la tendencia a la comunión con el otro, buscando su bien, su felicidad y plenificación personal. A este respecto, Olivera (2007) profundiza diciendo que:
El amor genuino, el amor interpersonal, es atracción y decisión de donar y acoger al otro, para que crezca la vida y la otra persona exista aún más. Por eso, el amor crea al amado, permite conocerle profundamente y descubrir sus potencialidades, más aún, capacita para que esas potencialidades se transformen en realidades (p. 19-20).
Parafraseando al mismo autor, el amor es sentir o comprometerse, donarse, querer y afirmar al otro como digno, único e irrepetible. Sin embargo, esto se puede generar de múltiples maneras y formas en la vida cotidiana. Desde un punto de vista afectivo, el amor es considerado tradicionalmente una pasión que es moralmente neutra porque depende del fin al que se dirija, siendo el amor el gozo del bien alcanzado. No obstante, esto depende del fin al que cada cual está orientado; un verdadero bien, como son los hijos, la esposa, los amigos, etc., o un bien aparente, como una mujer casada, etc. A continuación, se enunciarán algunas manifestaciones del amor:
Amor de amistad: es la relación de amistad o simpatía que se produce hacia otra persona, lo que supone un determinado nivel de entendimiento y comprensión entre las partes implicadas. Laín (citado por Rojas, 2010), la define como: “Una peculiar relación amorosa que implica la donación de sí mismo y la confidencia: la amistad queda psicológicamente constituida por la sucesión de los actos de benevolencia, beneficencia y confidencia que dan su materia propia a la comunicación” (p. 22). Esto quiere decir que todos los seres humanos están invitados a abrirse a la amistad con distintas personas, puesto que la misma es un aspecto o dimensión del amor.
Asimismo, Rojas (2009), afirma que la amistad es un sentimiento positivo entre dos personas que se inicia a través de una simpatía y estimación mutua. Pero, ¿qué significa esto? Que la amistad es un estado afectivo, interior y subjetivo que nos empuja a buscar a esa persona, por lo que se produce como una especie de magnetismo o atracción que conduce con frecuencia a estar con ella, a dialogar y compartir.
La simpatía es una sintonía recíproca, un estar en la misma onda o frecuencia. Esas dos personas, a medida que se van conociendo, descubren que existen unos lazos. Estos pudieran ser tenues unas veces y fuertes en otras, pero el respeto es una de las principales columnas de la amistad. El respeto implica atención, amabilidad, aceptar ideas diferentes a las propias, afecto y consideración. Saint Exupéry (1939), en su libro Tierra de hombres, afirma que: “La amistad no es mirarnos el uno al otro, sino mirar juntos en la misma dirección” (p. 324).
Amor entre padres e hijos (entre familiares): es el amor que se manifiesta entre los padres e hijos, hermanos y demás familiares. Este amor está orientado a las personas más cercanas a nosotros, en primer lugar, al núcleo familiar y también al resto de familiares y amigos, vecinos y compañeros del colegio y del trabajo. Aquí podemos notar en cada una de estas relaciones que la vibración amorosa será de intensidad distinta, según la cercanía o alejamiento que exista en la misma.
Amor al prójimo o fraternal: es también llamado como amor universal o caridad con el prójimo. Es el amor y respeto por los demás, empezando por los más cercanos o también llamados prójimos, entendiendo que todo ser humano es mi hermano, y que somos invitados a vivir el amor con los próximos. Esté amor es universal y amigable.
Amor erótico, sexual o conyugal: la persona humana necesita entregarse, darse a conocer y amar de una manera más profunda y total. Siendo este amor el que incluye a la persona como unidad inseparable (alma, cuerpo y espíritu), por lo que la persona necesita decir y expresar todo (hasta lo más íntimo) en la confianza de que el otro va a comprenderlo y aceptarlo tal y como es. Por esta razón hay una confianza absoluta que permite y exige abrirse del todo, y requiere también recibir al otro como esa absoluta confianza en sus tres dimensiones.
Amor a Dios: en este caso, para el creyente, Dios es el centro y sentido de su vida. Es decir, es el Ser Supremo que crea al hombre por sobreabundancia de amor y también le invita a vivir en comunión con él y sus semejantes. De esta forma, el hombre está invitado a ser feliz, viviendo el amor sin límites como Dios lo hace.
Amor a sí mismo: consiste en aceptarse y valorarse integralmente como don único e irrepetible; creado a imagen y semejanza de Dios. También se trata de quererse, apreciarse y amarse tal como uno es, que se traduce en querer y amar cada uno de los aspectos de mi persona, mi historia personal, mi familia, mi físico, etc. En este contexto, el tema de la aceptación personal es crucial para avanzar en el desarrollo integral y en la realización personal.
(Tomados de la página 42 a la 44 del libro Afectividad y Sexualidad en la Vida Cotidiana-2da. Edición)